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Ayer fue un dia
feliz, con un biquini y tomando “carreta y toalla” nos presentamos en la playa para
disfrutar de un dia de sol, y por supuesto con una de las mejores compañías que
se puede tener: un amor .
Y allí, como una y
mil veces me di cuenta de lo poco que se necesita para ser completamente feliz,
y de que privilegiados somos al darnos cuenta de ello.
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También supe, cuando estábamos
comiendo una mariscada (un lujo para nosotros que hacemos cada dos años) y oíamos
a los empresarios de la mesa de al lado hablando de negocios y de cifras
escandalosas, 6 millones de euros, y cerrando negocios y tratos, hay supe que había
elegido bien, que había elegido estar contigo “amor” que esa es una de las máximas
prioridades en mi vida, ser feliz, ganar menos dinero, pero ser feliz, eso, básicamente;
y cuando un empresario le dijo a otro: “disfruta de la vida, trabaja menos, que
tienes cincuenta y tantos años”, lo ratifiqué.
Y me acorde de este
precioso cuento que espero que os encante, os haga pensar , y os venga a la
memoria en momentos como los que vivi ayer, en los que ganar millones de euros
no es una prioridad, sino vivir la vida, disfrutarla y darse cuenta de ello:
“Llego
a un pueblo de la costa, un adinerado extranjero, respetado por los máximos inversores
de la bolsa de Wall Street. El neoyorquino que disfrutaba de unas vacaciones
intentado superar la angustia y el estrés que lo atenazaban, vio llegando al
puerto una barquita con un marinero que venia silbando y sonriendo. En sus
redes llevaba varios pescados dispuesto a venderlo en la lonja.
El
ejecutivo norteamericano le pregunto que que pensaba hacer tras vender el
pescado, a lo que el hombre del mar contesto que reunirse con sus mujer, jugar
con sus hijos, tomar un café con los amigos y pasear. Entonces, el hombre de
negocios, hiperactivo y consumidor de su tiempo, le indico que seria mucho
mejor que trabajase mas horas, vendiera mas pescado, comprara un barco mas
grande, embarcara a otros marineros, generara una flota de barcos y cotizara en
bolsa. Aclarandole que esta vorágine duraría unos veinte años, pero que seria
rico, rico.
El
marinero perplejo le preguntó: “¿Y después?”.
El
ejecutivo concluyo que después podría retirarse a un pueblo de la costa y
disfrutar plenamente de los amigos , de la familia, de la tertulia y de la
siesta.
El
pescador, perplejo, se despidió sentenciando: “Eso ya lo tengo ahora”.
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